Durante el estudio de varios libros becerros todos ellos datados en el siglo XVIII y en la provincia de Valladolid, nos topamos con una misma rubrica final en todos ellos. Un tal fray Vicente Velázquez redacta los prólogos a estos libros e informa del proceso que él mismo lleva a cabo para su cartularización. Nos interesamos por este personaje para descubrir en él a un avezado archivero pero también a un notable y experimentado productor de becerros. Fray Vicente Velázquez nace en Santa María la Real de Nieva (Segovia) el 19 de abril de 1706, en el seno de una familia de escribanos con varias generaciones de tradición. A continuación les ofrecemos una entrevista concedida en exclusiva.
2014-11-23 -
Por Alicia Sánchez.
-Estimado fray Vicente, ¿podría decirnos de donde le viene a usted el gusanillo por los archivos y sus procesos técnicos?
- Aprendí con mis hermanos mayores el oficio de escribano. Con ellos, en la escribanía familiar, me instruí en todo lo referente a la confección documental. Fui buen estudiante en el convento de mi pueblo natal y me incorporaría al convento de San Pablo de Valladolid como novicio a los 17 años, en donde continué mi formación en todo aquello relacionado con la confección y conservación de documentación.
-Sin embargo, estuvo usted destinado en Peñafiel, ¿no es así?
-Sí, en 1732, me destinaron al convento de San Juan y San Pablo de Peñafiel. Allí residí 14 años y fui prior entre los años 1738 y 1744.
- Fue el archivo de ese convento el primero que organizó.
-Así es, a ratos ordenaba el archivo y debí hacerlo muy bien porque después de ordenar este me llamaron del convento de San Pablo para que volviera y lo ordenara también.
-Este sería el segundo archivo que clasifica y ordena.
-Sí, allí en San Pablo ya tenían un libro becerro desde el año 1545 del que se encargó el padre Diego de Merlo, pero desde entonces se habían producido muchos hechos que habían provocado el caos en el archivo, sobre todo la constitución del Patronato del Duque de Lerma sobre el convento. Así que, me puse manos a la obra, ordené y transcribí muchos documentos antiguos y puse en carpeta y armario otros muchos, dejando notas de cada asunto en su debido lugar, al igual que hice en Peñafiel. Además, el padre Tomás de Aróstegui andaba por entonces trabajando en San Pablo en su historia de la Orden de Predicadores así que me propuse facilitar su tarea de esta manera.
- Pero durante la ordenación de estos archivos también compuso usted varios becerros.
- Al terminar de ordenar el archivo de San Pablo, el prior de Peñafiel me reclamó de nuevo para rematar la obra con un libro becerro y así lo hice. Luego ya en 1753 partí para Sepúlveda en donde ordené el archivo del ayuntamiento.
-En estos años su fama de pulcro archivero, paleógrafo y latinista ya era conocida casi por toda castilla. ¿Cómo realiza sus trabajos fuera del ámbito conventual?
-Bueno, a este archivo dediqué mañana, tarde y noche. Durante los dos primeros meses aparté los papeles útiles de los inútiles y durante cinco meses más copié muchos documentos antiguos en letra moderna. Puse en carpetas y ordené números documentos. En siete meses el archivo quedó listo, con su becerro y todo. Además, dejé elaborado un abecedario de los privilegios, provisiones y ejecutorias y un índice que hoy ya ustedes no conservan. Lo que sí tienen aún son las notas y apuntaciones que tomé para la elaboración del becerro. La experiencia que adquirí en los archivos anteriores me facilitó enormemente el trabajo, sin embargo este era el primer becerro que elaboraba. Tuve el gusto por aquel entonces de conocer al padre Ibarreta y también al archivero del monasterio de Sacramenia que, en esas fechas, estaba igualmente confeccionado el tumbo de su monasterio.
-Hablando de eruditos, el profesor Emilio Sáez utilizó su becerro para la confección de la Colección diplomática de Sepúlveda y dijo entonces (palabras textuales): «La obra realizada por este religioso fue extraordinaria si consideramos el escaso tiempo de que dispuso… el P. Velázquez demostró, además de laboriosidad y talento, una consumada maestría paleográfica». ¿Puede explicarnos brevemente como era este becerro?
-Oh, bueno, no sería para tanto, agradezco sus palabras. El becerro es un libro en papel de 242 folios pero no todos fueron necesarios para trasladar la documentación relevante; dejé muchos en blanco para adicciones posteriores. Decidí iniciar el libro con una dedicatoria a la Virgen de la Peña, patrona de la ciudad y después dejé constancia de lo que es para mí un becerro, para qué y cómo debe usarse.
-Ese mismo año de 1754 ya le encontramos a usted en la Universidad de Valladolid poniendo orden en su archivo.
-Sí, pero el claustro de la universidad no terminaba de resolverse y, finalmente, pase de nuevo a Peñafiel para terminar el becerro. Después sí que finalmente entré de nuevo en el archivo de la universidad para encargarme del archivo general, del archivo de la secretaría, del claustro y de la conservaduría. Fue el propio rector, el doctor Villanueva, el que me recomendó para organizar el archivo de la ciudad, en el que también se encontraban papeles de la universidad.
-Pero, ¿en qué consistió exactamente su trabajo en la universidad?
- Elaboré varios repertorios de los documentos del archivo y ordené al mismo tiempo los documentos. Primero realicé el repertorio de las matrículas de pleitos y después el de la secretaría. El inventario completo lo terminé en marzo de 1757 y, con ello, quedó organizada toda la documentación referente a la vida y gobierno de la universidad desde su fundación hasta ese momento. Después redacté un abecedario de todos los instrumentos que existían en la pieza segunda del archivo, otro de matrícula de los pleitos seguidos ante el rector y, por último, el libro becerro. Además y al mismo tiempo, transcribí todas las bulas pontificias, privilegios reales y otras escrituras de difícil lectura. Terminé en noviembre de 1757. Entonces fue cuando fueron corregidos y autenticados todos estos instrumentos por los escribanos reales y notarios apostólicos. Los documentos escritos en latín se corrigieron, comprobaron y autorizaron por el presbítero y capellán de la catedral y los privilegios reales por don Gregorio Xavara del Castillo, secretario de la universidad.
-Puede decirme cuánto cobró por este trabajo, ¿si no es indiscreción?
-Creo recordar que fueron 200 ducados los que cobré por los dos años de trabajo, unos 6.600 reales, dietas aparte, pues cobraba además cuatro reales y medio diarios para comida y manutención. Los escribanos de los instrumentos, que fueron Francisco Gallego de Ribas y fray Santiago Iturriaga, cobraron 592 reales, 400 el primero y 192 el segundo, real y medio por hoja de escritura y, el encuadernador, Miguel Cepeda, cobro 98 reales, en los que se incluye el papel de excelente calidad francés, el cordobán, tafilete y las manillas. He de decir que en aquel archivo conté con la ayuda de mi sobrino, igualmente avezado en tareas de escribanía.
-¿Cuándo confeccionó entonces los becerros de San Pablo de Valladolid y San Juan y San Pablo de Peñafiel?
-En 1767 terminé el de San Pablo, y lo hice de la misma manera que el anterior. Preparé el abecedario por asuntos y un índice. El convento aún conserva los apuntes que redacté para ello, lo que sería el esquema del becerro. Este becerro se conserva hoy en el moderno Archivo Histórico Nacional con sus 1224 páginas. El año siguiente terminé el de San Juan y San Pablo de Peñafiel que también se conserva en el mismo archivo y comencé a ordenar el archivo del Colegio de San Gregorio de Valladolid y a componer su becerro.
-En ese mismo año de 1768 comienza a ordenar también el archivo de la catedral, ¿no es así? Demasiado trabajo.
-No exactamente, en ese año se propone organizarlo y me llaman para ello, pero no acababan de decidirse; no comienzo el trabajo hasta después de Pascua. Tuve muchos problemas, sobre todo a la hora de formar los materiales preparatorios para escribir el becerro, pues no gozaba de la libertad con la que había contado hasta ahora. El becerro se terminó en 1769.
-Ahora ha vuelto a su lugar natal, al convento de Soterraña, después de una vida consagrada a los archivos y los documentos, ¿da por terminada su obra, fray Vicente?
-Oh, no no. Aquí, la vida es más calmada y contemplativa, pero estoy arreglando también el archivo y casi está terminado el séptimo y último de los becerros.
-Muchas gracias por atendernos, ha sido un placer hablar con usted.
Queridos amigos, he aquí un archivero de cuño, un hacedor de becerros, un ilustrado, diplomatista, paleógrafo, a quien hemos tenido el gusto de conocer.
Entrevista inspirada y basada en la excelente investigación preparada para el discurso de entrada en la Real Academia de Bellas Artes de Valladolid de doña María de la Soterraña Martín Postigo, leído el 7 de mayo de 1982.